PEQUEÑAS PIEZAS DE UNA GRAN HISTORIA




Las fiestas populares son algo profundamente arraigado en el sentir de un pueblo. En Llanes sentimos y vivimos nuestras tradiciones con la intensidad y el entusiasmo que se han ido forjando, en la mayoría de los casos, desde muy temprana edad. Por eso, al tiempo que uno crece, ve crecer y evolucionar también la fiesta que acompaña y alegra una parte de su recorrido vital.

Con el paso del tiempo, a fuerza de reunirnos para celebrar, para participar de la alegría y el entusiasmo que volcamos en San Roque todos los que nos sentimos parte de esta tradición, se acaba formando un auténtico sentimiento de pertenencia, ya no solo de grupo, sino de reconocimiento y compañerismo. En medio de este día tan especial, uno se siente rodeado más que de caras conocidas, sobre todo de compañeros de bando, de personas con quienes enlaza su brazo con la confianza que esta devoción compartida nos brinda. Así desde principios de agosto ya empezamos a saludarnos unos y otros y volvemos a sentir ese mismo cosquilleo que nos traslada en el tiempo a través de los años y de los recuerdos. Por eso, si cada san Roque es especial para cada uno de nosotros, este último año nuestra fiesta nuevamente ha traído momentos muy especiales y emotivos, que como un valioso regalo, pasan sin duda a formar parte de su historia y por supuesto también de nuestras vivencias personales.

Una gran fiesta como es San Roque, impulsada por un gran grupo humano, cargada de entusiasmo y de ganas de superarse, llena de gente que trabaja porque cada año el día de San Roque sea un día muy especial, solo puede dar lugar a una celebración donde siempre hay cabida para seguir avanzando; una celebración que nos brinda la posibilidad de ser testigos de su evolución, de su crecimiento, como sucede también al contrario, mientras la fiesta nos acompaña en nuestras distintas etapas vitales. Y precisamente por eso este año pasado nos trajo un regalo enorme (en el más amplio sentido de la palabra), un momento muy especial: un gran Pericote, multitudinario, inmenso en todo su planteamiento. Otro momento especial dentro de tantos como llenan el día grande, pero que se hizo francamente intenso para quienes formábamos parte de ese nutrido grupo de bailarines.

Precisamente por eso, entre la multitud de enfoques desde los que podría abordarse este acontecimiento, me gustaría detenerme en esta última idea, en ese pequeño detalle que somos quienes formamos parte de algo que nos trasciende. Me gustaría detenerme en cada uno de esos anónimos bailarines que hacen posible la grandeza del espectáculo. No podría explicar lo que para cada uno de los que allí estuvimos pudo significar este momento, aunque creo que sí fue palpable un enorme e intenso sentimiento de emoción compartida.

Este monumental Pericote, que como homenaje al Nino de Pancar reunió a diferentes generaciones de sanrocudos, de alguna forma nos devolvió a muchos de nosotros a otro tiempo, a otra época pasada. En mi caso, hace años que me despedí de los bailes de la plaza, llevando conmigo hermosos recuerdos, compañeros que nunca dejaron de serlo, e incluso lazos de profunda amistad forjados en la fuerza que supone compartir momentos cargados de emoción, responsabilidad y satisfacción. Creo que no se puede pedir más. Así esa etapa dejó paso a otra, donde la ilusión, intacta, y la participación en nuestra fiesta tomaron una nueva perspectiva para mí, llevándome a un plano diferente e igualmente intenso, porque como decía, la fiesta evoluciona para cada uno de nosotros con nuestras propias circunstancias.

Por todo esto, el reencuentro motivado por este particular Pericote fue muy especial entre todos nosotros. Volver a bailar el día de San Roque y volver a hacerlo con nuestros compañeros, con nuestros amigos, fue una experiencia plena de intensidad e ilusión. Volver a ser parte de un Pericote y más aún de uno tan especial. Solo quien siente el Pericote como algo propio puede saber la satisfacción que para nosotros supone, en cualquier ocasión, ser parte de este baile. Mucho más, si cabe, en una ocasión como esta.

Pero esta vez no fue lo mismo que en aquellos tiempos en los que hace más o menos años muchos de nosotros bailábamos en la plaza. Esta vez el tiempo nos daba una nueva perspectiva, que hacía que cada uno de nosotros acogiésemos ese reto como un honor y sobre todo como un regalo. Un inolvidable regalo para nosotros y mucho más para nuestra fiesta, y con ello para nuestro pueblo.

Volver a los ensayos, volver a levantar los brazos con las castañuelas en la mano, volver a quedar con compañeros y amigos para volver a bailar con ellos; volver a mirar la fila y en esta ocasión perder la referencia de las últimas triadas porque la vista no esperaba tener que llegar tan lejos. ¡Qué puedo decir! Volvimos a sentir que el traje era ligero, como nos parecía cuando con pocos años bailábamos en la plaza. Volvimos a sentir que como cada San Roque, el San Roque de ese año quedaba grabado en nuestro recuerdo de una forma muy especial. Todavía, meses después, cuando vuelvo a ver algunas de las grabaciones que nos pasaron de aquel momento, siento la misma emoción y pienso en cómo San Roque sigue creciendo y evolucionando manteniendo intacta toda su tradición, en cómo sigue haciendo historia y en el inmenso honor que supone para cada uno de nosotros, desde nuestra situación y nuestras posibilidades, ser parte ella.

Solo tengo palabras de agradecimiento para quienes hicieron posible este ambicioso Pericote, que en alguna medida quizá fuimos un poco todos, porque esa es la grandeza de una tradición: el hermanamiento, el sentimiento de grupo que inunda de ilusión y alegría aquello que se propone y gracias al cual nuestra fiesta no encuentra límites para seguir superándose.

Sinceramente, gracias.

Ana Carrera Gutiérrez

 
       
   
       
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